UN RELATO PREMIADO: UNA INCÓGNITA PARA OLVIDAR
En el IV Certamen Literario de Baños de la Encina 2015 he tenido el gran honor de recibir un accésit en la categoría de Relato Corto.
El acto de entrega de premios fue muy emotivo. En el salón de plenos del Ecxmo. Ayuntamiento de Baños de la Encina lleno, con un público al que agradecer su interés y su presencia. Desde aquí aprovecho también para elogiar el esfuerzo de este Ayuntamiento por promover la cultura, especialmente la escritura. En una época dónde cada vez parece que cuesta más leer, es muy de agradecer este tipo de eventos que en mi opinión es lo que hace elevar de verdad, el nivel social y cultural de un país.
Este es el relato premiado:
El acto de entrega de premios fue muy emotivo. En el salón de plenos del Ecxmo. Ayuntamiento de Baños de la Encina lleno, con un público al que agradecer su interés y su presencia. Desde aquí aprovecho también para elogiar el esfuerzo de este Ayuntamiento por promover la cultura, especialmente la escritura. En una época dónde cada vez parece que cuesta más leer, es muy de agradecer este tipo de eventos que en mi opinión es lo que hace elevar de verdad, el nivel social y cultural de un país.
Este es el relato premiado:
Una incógnita para olvidar
Llegaban
con retraso del colegio precisamente el día que tenía cita con el dentista a
primera hora de la tarde. Suplicaba para que comieran sin demasiadas reticencias y aunque
podía dejar en el fregadero los platos
sucios y a la vuelta, con más tranquilidad, limpiarlos detestaba salir de la
casa con las cosas sin hacer. Cogió la batidora para hacer puré las lentejas
y sirvió dos platitos pequeños, rematados con una elegante espiral de
aceite; quizá poca cantidad para dos niños de cinco y siete
años pero pensó que mejor así. No había tiempo de luchas
bizantinas. Cuando Clara regresó del
dentista, con los niños (como era habitual),
nada más cruzar el umbral de la casa le dijo al mayor (Fran) que hiciera los deberes mientras llevaba del
brazo a la hermana (Luci) al salón para que se entretuviera mientras ella hacía
lo propio con una monstruosa montaña de plancha dándole entretanto vueltecitas a la
cabeza para ver que ingeniaba de comida
al día siguiente. Habían sobrado en la olla lentejas para otra vez y
aunque a ella no le importaba repetir menú a Ramón
(su esposo) no le chiflaban motivo por
el cual tendría que pensar en otra
comida. Mientras pasaba la plancha por
los cuellos y puños de las camisas se pasaba la lengua por la boca y los dientes de manera acompasada, la anestesia le había
dejado un rictus facial extraño. Cuando consideró que el cerro de plancha lo
había rebajado a una altura razonable
acudió a la cocina para preparar la
cena, allí mientras batía unos huevos escuchó
un pitido de su móvil. Había recibido un mensaje citándola en el
ordenador de mesa.
Por
unos instantes se debatió en una terrible batalla homérica; entre el deber
marcado por las cadenas de la realidad y
el placer de lo prohibido dibujado por el señuelo de la utópica irrealidad.
<> —zanjó su lucha interior—. Lo conoció
por casualidad. Javier dijo haberle
mandado una solicitud de amistad en facebook (por equivocación según él) y
Clara (naturalmente, por error también) la aceptó. A partir de ahí surgió una
amistad, en el sentido en el que pueda llamarse amistad
a una cosa así. Javier , de 45 años (6 más que Clara) era ejecutivo de una empresa, casado y a Clara además de simpático y educado le resultaba atractivo. Era (por las fotografías que había podido
verle) no muy alto, ni delgado ni grueso,
pelo grisáceo. Su rostro era de facciones angulosas, como hecho a trazos
largos y lo que sin duda le dotaba de un gran atrayente eran unos grandes ojos
negros que parecían disparar más que mirar. Desde que conoció a Javier le
afloraba aquella sensación lejana que ya creía totalmente desechada lejos
de su cabeza. Aquella triste idea de que
podía haberse casado mejor. A Clara nunca le faltaron moscardones ( o
pretendientes depende). Incluso cuando hace
dos años se quedó sin trabajo
como administrativa en unos grandes almacenes, llegó a creer muy seriamente
que todas las penurias (y no sólo las
de índole económico, las de afecto también) podían haber sido para otra
con solo haber sabido elegir mejor y no dar manotazos de naufrago
al primer tronco que pasara. Sabía de sobra que tenía gancho para con los hombres, eran ellos los que se encargaban
de recordárselo con miradas furtivas o abiertamente descaradas, incluso a veces con
piropos. Regresó a la cocina con una mezcla de emoción y de miedo. Había dado su
teléfono a Javier pero con la clara advertencia de que solo llamara por las
mañanas que es cuando ella estaba sola
(en el sentido literal del término, en un sentido más amplio se encontraba sola
desde hacía tiempo). Lo único que
faltaba era que Ramón se pusiera
pesado (más aún); con lo celoso que era , si alguien la llamaba. Javier significaba una
tontería que era mejor pasar por alto que explicárselo a su esposo.
Días después, Javier le comunicó que un viaje de negocios lo llevaría hasta Jaén así, de ese modo, podrían
conocerse en persona — diciéndolo como
si fuera la gran oportunidad—. Nada más leerlo
a Clara le temblaron las piernas y sintió que le sacaban el aire del
estómago. Es cierto que Clara había conocido a muchos hombres, pero desde que
se casara con Ramón ( que no desde que lo conociera) no había mantenido ninguna
relación sexual con otra persona. En seguida agitó la cabeza, <> . Se encaramó a lo alto de uno de los muebles de la cocina
donde tenía los tarros que no solía
usar. En el de color verde guardaba algunos de los cigarrillos (para situaciones
de emergencia) que sisaba a Ramón. Fue fumadora
pero al nacer Luci se quitó (más o menos) y aunque intentó persuadir a
Ramón de que hiciera lo mismo no lo consiguió (decía que el trabajo de cajero
en el banco lo estresaba mucho). Clara
contaba los días que faltaban para el día de la cita. Por un lado con la
impaciencia del que la desea y por otro con la angustia del que la teme. Las horas seguían su
curso y el día de la cita nada más oír
cerrarse la puerta cuando se marchaba Ramón al trabajo se levantó como un
resorte. Se duchó y se hidrató con crema todo el cuerpo. Se compuso un peinado
alegre, con parte de su cabello castaño
recogido en una coleta. Se pintó cuidadosamente los labios y se perfiló los
ojos. Se espolvoreó las mejillas y se perfumó
con su mejor fragancia, una cara loción que le regaló Ramón en uno de los aniversarios. Cuando se
hubo vestido y acicalado se dedicó un momento para mirarse en el espejo sonriéndose al tiempo que se lanzaba
un beso satisfecha con lo que veía. Se habían citado en la cafetería del hotel,
Javier le explicó que así tendría más tiempo para atender sus negocios a lo
que Clara, un poco forzada, aceptó.
Cogió el coche y se dirigió al hotel que
estaba en las afueras de la ciudad. Estaba
nerviosa, lo sabía. Se equivocaba al
cambiar de marchas. En lugar de meter tercera para ganar velocidad tras un
semáforo volvía a reducir metiendo primera con el consiguiente lamento del motor. Cuando aparcaba se le ocurrió algo que decir si por
desgracia se topaba con algún
conocido y eso le infundió
confianza. En una ciudad pequeña como Jaén todo el mundo se conocía y no era
nada improbable encontrarse con gente a la que hubiera que dar explicaciones. Acudía a una entrevista de trabajo. Atravesó
la puerta giratoria con determinación pero sin mirar a la recepción, en el fondo, en
su subconsciente actuaba con miedo y como avergonzada. En persona, Javier era
mucho más guapo. Vestía un elegante
traje gris con camisa blanca de topos, sin corbata. Se le notaba acostumbrado a pasar muchas horas en sitios
así, matando el tiempo entre reunión y reunión. Estaba sentado con las piernas
cruzadas y el tronco ligeramente ladeado leyendo el periódico. Cuando
la vio aparecer se levantó y
le alargó la mano con una espléndida sonrisa. Clara sintió como si le
franquearan la puertas del paraíso. Hablaron de todo y mucho. Pocas veces un
café le había dado para tanto cuando Javier pidió un segundo café sonó su teléfono. Se disculpó con un gesto de contrariedad y atendió la llamada dando largos paseos por
toda la cafetería mientras Clara miraba recelosa a su alrededor. Cuando regresó a su lado se
disculpó de nuevo. La reunión se había suspendido. Ya no tenía nada que hacer y —con
una sonrisa de lado a lado, le dijo: <<
que la invitaba a comer al Parador del Castillo de Santa Catalina que (según le habían dicho) tenía unas magníficas
vistas sobre la ciudad —y añadió—: <>. Clara se ruborizó. De
buenas ganas hubiera ido con él a donde fuera, pero la lucecita roja de peligro
se activó.
—Entiendo
—dijo asintiendo con pesar —. Quizás en otra ocasión —y añadió—: tengo algo
para ti. Sube a la habitación si quieres o
espérame aquí.
Una
corriente de emoción —por decir algo—, le recorrió vigorosamente a Clara desde la boca del estómago hasta el cráneo. El
órdago era sutil, bordado en palabras de terciopelo pero estaba lanzado. Podría subir a la habitación. No tendría, no debería, por qué ocurrir nada. Sencillamente le daría
algún regalo y se despedirían, él se quedaría en su habitación descansando antes de su marcha y ella
haría algo de compra en el supermercado antes de recoger a los niños. O bien, algo más anodino como esperarle en la cafetería. No había terminado de repasar todas las
posibles respuestas y variantes cuando sintió la mano de Javier sobre la suya.
Con determinación Javier se incorporó tirándole suavemente del brazo. La moqueta verde amortiguaba
las pisadas aunque no tanto su
conciencia. Aquel hombre de esbelta figura
al que seguía a prudente y discreta distancia por los pasillos de las
habitaciones la había conquistado. Inútil resistirse. Javier se detuvo ante una habitación y
desapareció en el interior dejando la puerta entreabierta. Clara se acordó de Ramón pero como una conexión intermitente
de una mala señal de televisión. Cerró
la puerta tras de sí y sintió
por primera vez algo de alivio en toda
la mañana. Trataba
de convencerse de que aquello era algo plausible. Sí, claro que era algo que propasaba lo que normalmente las personas casadas pudieran explicarles a
sus parejas, pero en la vida a veces hay cosas que no son fáciles de explicar. Clara recorrió
la habitación mirándolo todo de reojo. Estaba muy ordenada. Sobre la mesa había varios documentos y un ordenador portátil cargándose a la red.
Javier la distrajo de su examen visual entregándole una pequeña cajita envuelta en papel de regalo
blanco y rojo con unos dibujos muy
divertidos de unos conejitos y unos ositos. Clara la cogió sin saber qué decir.
No recordaba cuánto tiempo alguien le hacía un regalo, a parte de los oficiales
y obligados de rigor. Abrió la cajita
con nerviosismo y entre el fieltro
destacaban relucientes dos pendientes de
oro rematados con unas filigranas exquisitas en forma de lacitos. Las pupilas
de Clara se dilataron aun más y Javier
se le aproximó. Sintió sus labios recorrer los suyos. Clara aún podía dejarlo así. Despegarse de su boca y
marcharse pero la mano de Javier acariciándole la nuca no la dejaba pensar con
claridad. Se colocó detrás de ella y
empezó a acariciarle el cabello «qué bien huele >>—dijo—. La estrechó entre sus brazos mientras le
besaba la nuca. Clara, rendida, echó el
cuello hacia atrás dejándose llevar y cuando
oyó la cremallera de su vestido
deslizarse pensó que era demasiado rápido para su gusto. Enseguida sus
pechos fueron acariciados con avidez por unas manos que jugueteaban con
sus pezones grandes como lunas y ya, Clara, definitivamente, ardía como Roma tras la locura de Nerón. Se
giró desabotonando con furia la camisa
de Javier. Sus brazos se cruzaron
mientras ella manoseaba su torso y él le bajaba el vestido por completo. Sintió
sus dedos entre su pubis y las braguitas
<>—volvió a pensar—, y ella le retuvo sujetándole el
brazo. Con decisión, la tumbó sobre la cama y le quitó las braguitas. Se puso de rodillas al
borde de la cama frente a ella. Mostraba
satisfacción contemplando su sexo rasurado y
húmedo por la excitación aunque
se decidiera por besarle los muslos. Ahora,
Clara comprendía porque se hizo la cera la tarde anterior. Agarró a Javier por los
cabellos y lo atrajo suavemente hacia sí. Él, acariciándole los pechos con
fuerza, recorrió con la lengua todo el espacio que quedaba entre el estrecho
margen de sus muslos y el monte de venus. Cuando Clara dejó de gemir abrió los ojos
y vio a Javier de pie, como una
escultura de Miguel Ángel, desnudo apuntándola con su miembro erecto. <<¿Alguna vez te han hecho el amor maniatada? >> le
preguntó. Antes de que pudiera responder
cayó sobre ella colocándole en las muñecas
unas esposas que guardaba bajo la almohada. Con vigor y agilidad Javier la colocó
bocarriba con los dos brazos juntos pasándole por encima de la cabeza y los ató
al cabecero. Clara se deleitaba contemplando el cuerpo de Javier y
cuando se volvió a echar sobre ella sintiendo
un placentero roce en su vulva le pidió que se colocara un preservativo.
La estruendosa carcajada de Javier la
inquietó pero aun no se imaginaba que lo más duro ni siquiera había comenzado.
Clara
abandonó con prisa el hotel, temía llegar tarde para recoger a los niños. Cuando llegó a casa, pensó en ducharse
pero su suciedad era por dentro. Llamó a la puerta de la vecina para dejarle a
los niños mientras iba a la Comisaría.
—Muy
bien, Clara —dijo la vecina— ¿dónde dices
que es la entrevista?, anda píntate algo. Hija cualquiera diría que vienes de
ver al mismísimo Demonio.
—En
un hotel, para trabajar en la administración— explicó sin mucho interés.
Cogió el coche y se dirigió a la Comisaría de policía. Estaba nerviosa y se pasó el desvío en la avenida que le
conduciría por el camino más corto. Golpeó el volante con ira y empezó a llorar.
Tras media vuelta a la ciudad volvía al mismo cruce que debió tomar. Mientras
subía las escaleras para acceder al edificio de la Policía pensaba en lo
terrible que acababa de hacerle Javier. Y en cómo se sentirían todas las
mujeres que como ellas habían sido forzadas, violadas. Si la palabra ya de por
sí resultaba dura más aún era sufrirlo.
—¿Qué
desea? —le preguntó un policía que apenas levantó la cara para mirarla.
Clara
como aquellos que a punto
de morir se les pasa por la cabeza de manera rápida toda su vida se acordó de
sus hijos, de sus padres, de sus hermanos, en Ramón. De un modo extraño se sentía culpable. Retumbaban en su cabeza las palabras
de Javier << La cámara del hotel habrá grabado cómo has entrado por tu
propio pie, risueña y resuelta — añadiendo entre risas—: la
web cam del portátil ha estado grabando
y puedo asegurarte que te será muy
difícil mantener una denuncia por violación,
aunque a lo mejor llegamos a ser un éxito viral en las redes sociales.
Tú eliges>>
—Disculpe
—respondió meneando la cabeza como si se hubiera sacudido un mal recuerdo—. He perdido mi bolso con el
DNI.
<<¿Extraviado
o robado?>>—inquirió el policía—. Clara
pensaba que su vida entera había sido robada y también extraviada pero tuvo que ceñirse a lo del DNI. Una vez el funcionario le explicó los
trámites a seguir, Clara le dio las gracias y salió por donde había entrado. Al
llegar a casa llenó la bañera hasta casi rebosar. Los centímetros que le
faltaban los pondría ella con sus lágrimas.
Sumergida lloró y lloró con la
ilusión de que aquello fuera un baño
purificador que la redimiera de todo mal.
Cuando se secó con la toalla examinó detenidamente su cuerpo. Se fijaba
en si habría alguna señal, especialmente sus zonas íntimas aparte de las marcas en sus muñecas. Tenía la espalda enrojecida por los golpes. Esperaba con miedo que llegara su esposo. No sabía si sería capaz
de aguantarle la mirada pero reaccionó mejor de lo que pensaba. Cuando Ramón se fuera
a dormir podría reanudar su llanto. De no hacerlo, reventaría. Cuando llegó la hora de acostarse Ramón le pidió que fuera con él <>Dijo pasándole la mano por el hombro varias veces. Ella muy bien sabía que significaba ese gesto
repetido. Clara cerró los ojos y lo besó, mientras él, en la oscuridad de la
alcoba le levantaba el camisón. Clara lo consideraba un justo y merecido
castigo.
Dos
meses más tarde en los noticiarios de
televisión aparecieron unas imágenes de Javier. El corazón se le contrajo a Clara en un único
y definitivo latido. El reportero decía que el sujeto que aparecía en pantalla había
sido detenido por una violación y que la Policía sospechaba
de que hubiera sido el responsable de algunas más pero que
las víctimas, al ser casadas, no
habrían denunciado. Clara indignada se
decidió a acudir a la Comisaria pero en seguida agachó la cabeza y hundió su cuchara en el
plato de lentejas.
—¿Quién
puede hacer una cosa así?—comentó Ramón— Depravados. Con lo bonito que es
enamorar a una mujer. Anda, Clara, pásame el vinagre.
Clara
le alcanzó la vinagrera. Las lágrimas las ponía ella buscando una ocasión para anunciarle su
embarazo... un embarazo sobre el que le
pesaba una gran incógnita y un recuerdo que jamás podría olvidar.
FIN
Ll
Muy bueno el relato, atrevido y con ese final para pensar. Merecido accésit.
ResponderEliminarSigue cosechando éxitos en esa ya bien trazada carrera literaria.
Un abrazo.
Muchas gracias, Pepe, por tus amables palabras.
ResponderEliminarEnhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias, Yolanda
EliminarFelicidades
ResponderEliminarFelicidades
ResponderEliminartengo la tarea pendiente de leer tus relatos, lo cierto es que me ha conmovido este, felicidades eres un gran escritor
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