LA PARADOJA DE PROTÁGORAS EN EL BAR

LA PARADOJA DE PROTÁGORAS

Hace unas noches acodado en la esquina de  la barra del bar con mi amigo Justi aburrido y  con algo   de sueño; contagiados por un ambiente deslucido y mohíno del que parecían participar todos los parroquianos y con el agravante de no haber  concurrencia femenina con la que posar  y alegrar la vista, sin saber muy bien porqué, por entablar conversación supongo,  le pregunté a Justi:
—¿Sabes quién era Protágoras?—le dije mirándolo de soslayo con la copa de vino sujetándola en el aire.
Justi ni me miró. Llevaba sin reaccionar toda la tarde (igual que todas las tardes  anteriores a esta y  a cualquier otra).  Solo gesticulaba  para que el camarero le rellenase el vaso de cuando en cuando.  Insistí una vez más en la cuestión formulada y tras unos instantes, devolviéndome otra mirada de refilón, como pensando para sus adentros vaya mierda de noche en el bar respondió:
—No, hijo, no. No sé quién coño era Protágoras. Yo sólo conozco a Protos.
—¿Protos?—pregunté ingenuamente.
—Sí, joder. Protos el vino, que pareces tonto —añadió dolorosa e innecesariamente.
— Protágoras —comencé a explicarle, levantando el mismo interés en Justi  que  el que despertaría  un filete de buey a un vegetariano fundamentalista—, era un sabio griego. Contemporáneo de Platón, ese sí se te sonara ¿no?(al ver su palillo de dientes   asomando  por la boca bailoteando entre los huecos de su dentadura quedarse inmóvil de repente deduje que tampoco).  Protágoras —continué— que deambuló allá por tierras griegas del entonces en el siglo V a.C se ganaba la vida con los honorarios que cobraba a sus alumnos por enseñarle retórica. Una vez llegó a un acuerdo con uno de sus alumnos, se llamaba Eulato.  Le enseñaría Retórica y Derecho y cuando el discípulo ganara su primer caso le abonaría al maestro la cantidad adeudada por su instrucción.
Justi enarcó una ceja. Mi exordio le estaba gustando, pero en ese momento acababa de entrar una mujer al bar por lo que rápidamente colegí   que el interés de Justi no se hallaba en mis palabras, pero lejos de desanimarme, proseguí:
— Protágoras concluyó la instrucción de Eulato y tras pasar un tiempo, viendo que el alumno se desentendía del Derecho y que no tenía ningún cliente, se decidió demandarlo a los tribunales para que le abonase los honorarios adeudados.
Protágoras le dijo a Eulato que pasara lo que pasara en el juicio, tendría que pagarle sus honorarios, por la sencilla razón de que sí ganaba el juicio Protágoras  entonces Eulato tendría que acatar la sentencia y abonarle la cantidad pero que si Protágoras perdía  entonces ese juicio sería el primer litigio ganado por Eulato y eso, según lo acordado entre los dos, obligaba al alumno a pagarle.
Eulato sonrió y respondió  a Protágoras que su razonamiento era perfecto pero que él no iba a pagarle nada por la sencilla razón de que si Eulato ganaba el juicio, entonces tal y como dictaminaría el juez no tendría que abonarle nada al maestro pero que sí perdía el juicio tampoco le pagaría nada porque en virtud del acuerdo adoptado entre ambos hasta que no ganase un caso no debería pagarle.

¿Quién tiene razón, Justi?—le pregunté con los ojos brillantes—¿Protágoras o Eulato?—recalqué en un intento de sacarlo de su sopor cognitivo— ¿Entiendes Justi la situación? Es un callejón sin salida. A esto se le conoce como la paradoja de Protágoras. Los dos emplean un razonamiento lógico y los dos tienen razón en principio pero eso no tiene sentido. ¿Qué piensas tú?—pregunté nuevamente ingenuo.

Creía que Justi respondería con esa agudeza que tienen los hombres de la calle que el problema radica en el Juez, en llevar el caso a los tribunales. Qué Protágoras y Eulato hicieron un acuerdo pero que después lo cuestionan y recurren al juez. Si el juez les da la razón se quedan con lo que dice el juez pero si este le quita la razón entonces aluden al acuerdo. Eso en principio no tiene sentido. Mi sorpresa fue que Justi se llevó la mano al mugriento bolsillo del pantalón vaquero para sacar su cartera, le pidió al camarero la cuenta indicándole que desglosará con precisión de relojero de la nota lo que había consumido únicamente él  y también que por favor  le diera una aspirina, tras lo cual  pagó  y se marchó sin despedirse eso sí  no sin antes mirar  descaradamente el culamen de la única clienta del bar en esos momentos. Ajena ella al interés  que había despertado en Justi y a la paradoja de Protágoras.  Motivo por lo cual me acerqué a ella para intentar explicársela. Cuando el camarero le dijo que ya no le quedaban más aspirinas sus dos ojos parecían cuchillos dispuestos a fulminarme...


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