ELOGIO A LA VEJEZ
Aunque, como diría Platón, la vejez, por sí sola, no aporta sabiduría:
ELOGIO DE LA VEJEZ
Ese día nos dieron
de comer mucho antes de lo habitual pero a nadie pareció importarle. Era el día de todos
los Santos y eso subrayaba el
limbo en el que estaba, una frontera entre los vivos y los muertos. El personal
de la residencia estaba menguado —más de lo habitual— y no nos
prestaban demasiada atención por lo que
aproveché un descuido para dar un
vuelta por ahí. Técnicamente era una
fuga pero lo consideré un paseo.
La residencia se hallaba muy en las afueras por lo que podría disfrutar
de un paisaje precioso de finales de noviembre, en bella analogía con mi propia vida. El espectáculo, viendo en la lontananza las rojizas y amarillentas
copas de robles y hayedos, invitaba al
deleite y mi cuerpo se sumó a la bella
contemplación mostrándose menos achacoso de lo habitual y permitiéndome caminar por un sendero serpenteante entre madroños,
boj y adelfas hasta que al ver un banco,
de súbito, la fatiga transformó mi cuerpo en plomo y me forzó hacer un alto. Percibí entonces como era observado por un
joven con cierta preocupación imagino
que debido a mi solitaria e inesperada presencia. Tanto que me vi en la obligación de
decirle que no se inquietara:
—Algún día, joven, serás tú el que fatigoso y
derrengado por una caminata tengas que sentarte como yo lo hago ahora. Es
cuestión de tiempo y créeme que será bueno que esto ocurra porque podrás
contarlo. La vida es eso poder contar. Noto
que me miras con cierta lástima supongo
que por mi frágil apariencia, pero créeme que el declive
físico no es, con todo, lo peor de la
vejez y que, por mi parte, me considero afortunado de que puedan llamarme anciano. ¿O no crees que la
vejez es un valor universal?
— No me he parado a pensar —dijo el joven arqueando
las cejas— ¿Valor universal la vejez, dice?. Si uno se pone a cavilar en
valores universales lo primero que le
viene a la cabeza son cosas como justicia, bondad, virtud, templanza,
sabiduría, pero vejez no parece que sea —concluyó pensando en si no sería yo un viejo con la
chaveta ida.
— Sin duda que esas cosas que has dicho
merecen ser y lo son, valores universales, pero me parece a mí que eso que tú
has dicho pueda alcanzarse mejor con la vejez que con la juventud.
—También lo creo yo así —asintió con una cara
de entre asombro e interés.
—Luego, por tanto, hijo, quedamos en que la
vejez acompaña más a esos valores
universales.
—Así lo parece —dijo con los brazos cruzados y expectante.
—Y entonces ¿porqué nuestra sociedad no
considera un activo a la vejez? En la antigüedad, a los ancianos casi se les
veneraba. Eran contados los que lograban llegar y todo su conocimiento, un
filtrado de la experiencia vivida, era tenido por fuente de sabiduría.
—En eso sí que he pensado alguna vez —respondió con prontitud—, y creo que la
respuesta es que en el fondo la ancianidad nos recuerda nuestra breve
finitud. Por ese motivo creo que la publicidad, el cine, la literatura
incluso, trabajan siempre proponiendo como
modelos a la juventud y su belleza
arrolladora. Cada dos por tres aparecen
noticias de famosos que se retocan en los quirófanos; para borrar las huellas
del paso del tiempo. No hay más que mirar cualquier anuncio de cualquier cosa,
con gente guapísima y sonrisa cuajada de
perlas blancas y brillantes; ojos
grandes, piel tersa y cuerpos contorneados.
Ya sabe a lo que me refiero, todo lo contrario a cómo nos representamos
la vejez y el triste paso del tiempo con mandíbulas retraídas, dientes
amarillos o ausentes, ojos hundidos,
piel cuarteada y cuerpos menguados y gibosos. Nuestra sociedad tapa lo que no le gusta —sonándome sus palabras como la metralla.
—Cierto es lo que dices. Pero idolatrando a
la juventud y escondiendo a la vejez y a la fealdad se cae en una enorme contradicción, por la
sencilla razón de que todo el mundo aspira a vivir lo máximo posible y por
tanto desearán llegar algún día a la
vejez puesto que la alternativa es, a
menos que se descubra la inmortalidad, francamente peor. Es egoísta
desentenderse de las personas mayores
arrojándose solo en los brazos de la efímera juventud puesto que el
trato que dispensen a sus mayores marcará el techo del que puedan recibir ellos
algún día.
Luego, si quedamos en que la vejez es
compañera de valores universales y fuente de sabiduría, porqué hoy día ¿ni se
la valora ni se la considera como en las sociedades primitivas? Aunque, también
hay que decir —agregué— que hay muchos tipos de ancianos y no
todos son buenos ejemplos a seguir
porque aunque tengan canas y arrugas no significa eso que han vivido mucho ya
que una cosa es estar en el mundo y otra, muy diferente, vivirlo. Siendo así
las cosas fíjate en esos que sí han
vivido mucho, que de estos sí que puedes aprender. Además del mismo modo
en que el calzado de una persona delata
con precisión cómo es la persona que los lleva, el como una sociedad cuide de sus
mayores dice mucho de ella misma.
—A mí me parece que es así —volvió a
ratificarme casi como un autómata.
—Pero, entonces ¿cómo explicar lo alejados que están los nietos, e incluso
los padres, de sus abuelos? ¿No es
extraño pensar en lo similares que pueden llegar a ser un adolescente en Tokio
de otro en París?. Separados por miles de kilómetros, parecen clones y
comparten mucho más que con sus respectivos padres y abuelos a los que, exagerando un poco, casi ignoran. Creo,
hijo, que la sociedad establece vallas fronterizas más férreas en su interior para aislar lo que
no gusta que las que separan los puros límites físicos de los países.
Fronteras para aislar al tercer mundo y a la tercera edad —dije sonriéndome.
—Es muy chocante sí —respondió el joven concentrado en la conversación— .Hoy día hay,
por decirlo así, un engrudo cultural que nos homogeniza. Nos creemos todos muy originales y, en realidad, no somos
más que clichés estereotipados.
—Ha de
ser uno muy fuerte para que no le hagan
viejo antes de tiempo. La cultura del usar y tirar ha llegado hasta el
mismo ser humano —añadí.
—Por cierto, ahora que lo menciona ¿cuándo
cree que uno se convierte en viejo?
—Una muy buena pregunta que te responderé con
otra: si lo que más puede escuchar un niño es ¿qué
serás de mayor? La pregunta más insistente que se repite uno cuando le
alcanza la vejez es: ¿qué es lo que hice?
Cuando en tu cabeza retumba una y otra vez eso, lo que hiciste y lo que no la vejez te ha alcanzado. No importa qué edad tengas.
—Sería algo así como emprender un largo camino, al principio
solo se mira al frente, pero después de mucho andado se mira
más hacia atrás, que hacia
adelante ¿no?
—Eso es, hijo. Buena comparación. Y también,
por seguirla, te digo que los ancianos de tanto mirar atrás, nos pasa como al
viajero distraído en el paisaje o en alguna otra cosa: que no se da cuenta de
que ha llegado a su destino.
—Y dígame, ¿qué se puede hacer para que ustedes
sean más tenidos en cuenta?
—Aparte de justificaciones de triste y pura necesidad material. Como alivio de
penurias económicas y logísticas al sustentar a los hijos ya crecidos desempleados por la
crisis y, mientras nos acompañe la fuerza, cuidar de los nietos porque con esos horarios laborales tan alargados no
pueden hacerlo ellos, aparte de eso, decía, hay otros campos en el que podemos
ayudar y mucho.
—¿En qué?— preguntó mirándome de manera un
tanto descreída.
—Te lo explicaré —dije admirando aquel regalo
de la naturaleza en forma de puesta de sol con sus rayos oblicuos insistiendo
en llegar al fondo del valle—. La sociedad de ahora, avanza a ritmo
vertiginoso, aunque nadie sepa hacia donde. Lo único que importa es el cambio
por el cambio. Nuestra sociedad se ha
convertido en líquida. Nada permanece. Todo es fugaz y transitorio. La palabra
compromiso debe redefinirse y la altura de miras se nos presenta cada vez más enana. Pero fíjate que aun por cuanto todo cambie el ser humano
es el mismo siempre. Para cualquier arte
y ciencia podrás encontrar a muchos maestros, pero ¡ay! amigo sí hablamos del
arte de vivir; eso ya es otra cosa. Y nosotros, los ancianos, podemos ayudar a
los jóvenes a esa difícil habilidad de entender la vida pues para aprenderla es
necesario consumir buena parte de la que
uno dispone. Eso no lo encontraran en
google —dije riéndome—. Los adolescentes y los que no lo son tanto viven
inmersos en una vorágine de estímulos que los llevan de un lado a otro como
marionetas destrozándoles su capacidad de concentración y lo que es peor de
reflexión. Aman a sus aparatos
electrónicos más que a las personas que les rodean. La sociedad consumista de la que hemos hablado antes los
convierte en maquinitas deseantes y
esclavos de la tecnología. Autistas
incapaces de lograr una buena comunicación, más allá de cuatro frases en un
dispositivo móvil. Hasta empiezan y dejan relaciones —llamémoslas afectivas—
por medio de mensajes de texto. Persiguen un deseo, lo consiguen e ipso facto
van a por el siguiente. Amarrados a sus
dispositivos electrónicos sin capacidad de empatizar y comunicarse con el
prójimo. Y luego, nos extrañamos de que sean impulsivos, indolentes, sin
capacidad de esfuerzo ni de frustración.
—Bueno, ese panorama que describe no es tan fiero
en realidad —repuso el joven.
—Vuelves una vez más a tener razón, hijo, como tampoco
lo es el de la vejez. La vejez es una manera cómoda y suave de acercarse
al precipicio de tal forma que cuando llegas a él, estás completamente
preparado y por eso podemos ayudar a
transformar el ímpetu fogoso y a veces errado en diálogo constructivo con los demás y
consigo mismo. Transformar el fuego devastador
de las miradas en luz brillante. Por cierto hijo se me hace tarde; acompáñame
hasta la residencia, diles que
eres un familiar y que te has olvidado
decirles que me has invitado a comer por ser festivo. Con suerte igual aún no me han echado
en falta. Y si quieres seguimos charlando allí.
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